Cercanos a la iglesia, lejanos de Dios 14/01/2024 #1282
Episode 304, Jan 14, 11:02 PM
Pastor José Luis Cinalli - 14/1/2024
Cercanos a la iglesia, lejanos de Dios
Cercanos a la iglesia, lejanos de Dios
“Jesús nació en Belén… Después de su nacimiento, llegaron… sabios del oriente… y… preguntaron: “¿Dónde está el rey de los judíos…?... Vimos su estrella… y venimos a adorarle”. Mateo 2:1-2 (PDT).
“Jesús nació…” e inmediatamente comienza la agitación. El Mesías llega para “ayudar a su pueblo” (Lucas 1:68, PDT) y sin embargo “muchos… estarán en su contra”, Lucas 2:34 (PDT, TLA). Su infantil presencia provoca el rechazo de los suyos (Juan 1:11) y la aceptación de los extranjeros, Mateo 2:2. El recién nacido no ha dicho una sola palabra, no ha hecho un solo milagro, no ha proclamado una sola doctrina y su influencia despierta la contrariedad de todos. Ahora bien, ¿quiénes eran esas personas llegadas desde el oriente? Sabios, no magos. Gente instruida en filosofía, astronomía y probablemente también en medicina, Daniel 1:4; 2:48. La Biblia no dice que eran tres, ni que fueran reyes, ni siquiera menciona sus nombres. Eso sí, eran creyentes en el Salvador prometido. Estudiaron cuidadosamente las profecías mesiánicas y las creyeron. Fue así que llegaron a Jerusalén buscando al recién nacido “rey de los judíos”, Mateo 2:2. Creyeron que todos se alegrarían con su descubrimiento; sin embargo, la decepción fue grande. La noticia cayó muy mal en la corte, peor aún entre los líderes religiosos. La llegada del Mesías pasó totalmente inadvertida para ellos. Ninguno salió corriendo a Belén para conocerlo. Aquí yace una profunda lección espiritual. Conocer acerca de Dios no es lo mismo que conocer a Dios. Conocer la Biblia no es ninguna garantía de que se conozca al Dios de la Biblia, y mucho menos que se lo desee conocer. Los religiosos citaron con exactitud la profecía de Miqueas y dijeron que el Mesías nacería “en Belén de Judea”, Mateo 2:5. Sin embargo, su erudición bíblica no les alcanzó para salvarse eternamente. A menudo las personas que viven próximas a los medios de gracia son las que menos se aprovechan de ellos. La familiaridad con las cosas sagradas suele generar desprecio. Bien lo dice el dicho: “¡cuanto más cercanos a la iglesia, tanto más remotos de Dios!”.
¿Y cómo reaccionó Herodes ante la noticia de la llegada del ‘nuevo rey’? Se enfureció y lo mandó a matar, Mateo 2:16. Para él, Jesús era una clara amenaza a su autoridad. Así era Herodes, suspicaz hasta casi la locura. Si sospechaba que alguien le quería usurpar el trono lo eliminaba inmediatamente, como lo había hecho con su esposa y dos de sus hijos. Lo realmente llamativo es que Herodes, al igual que los líderes religiosos, era bien instruido en las Sagradas Escrituras, por lo menos en lo referido al Mesías prometido, el líder enviado por Dios para gobernar y pastorear a Israel. Incluso más, sabía dónde nacería. Y lo sabía porque los mismos doctores de la ley se lo habían dicho, Mateo 2:4-8. Sin embargo, el estudio bíblico que escuchó no le sirvió de nada. A pesar de ser bien ilustrado en las Escrituras su corazón siguió tan duro como antes, o aun peor, ¡y se perdió para siempre! Los que no se perdieron en su camino al Salvador fueron los sabios de oriente. Extranjeros celosos en su deseo de conocer al Mesías. ¡Apasionados buscadores de su presencia! ¡Hambrientos por un encuentro divino! No escatimaron esfuerzo, tiempo ni recursos para conocerlo y, cuando finalmente lo vieron, expresaron extravagante generosidad en su adoración y gratitud: “En Oriente vimos su estrella, y hemos venido para tributarle homenaje… vinimos a adorarlo”, Mateo 2:2 (VM, RV60). Una estrella los guió al Salvador cumpliéndose así la profecía de Balaam: “Lo veo, pero no ahora; lo contemplo, pero no cerca; una estrella saldrá de Jacob, y un cetro se levantará de Israel…”, Números 24:17 (NBLH). Isaías dijo: “Naciones vendrán a tu luz, y reyes a tu naciente resplandor”, Isaías 60:3 (VM). Zacarías expresó: “… Nos visitará un sol que nace de lo alto, para iluminar a los que están en tinieblas y… para dirigir nuestros pasos hacia el camino de la paz”, Lucas 1:78-79 (BDA2010). El mismo Jesús dijo: “Yo soy la estrella que brilla al amanecer”, Apocalipsis 22:16 (TLA). Observa un detalle más. Los sabios dijeron: “Hemos visto su estrella”; Mateo 2:2 (VM). Cristo era la estrella, pero también la estrella guió a los sabios a Cristo. Nosotros no somos la ‘estrella’, pero reflejamos la luz de la ‘estrella’. ¡Nuestra responsabilidad es hacer que otros encuentren a Cristo! Qué triste resulta cuando un creyente señala el buen camino pero él mismo no lo sigue. Así eran los principales sacerdotes: sabían del Mesías, incluso dónde nacería pero ninguno corrió a Belén para conocerlo. Ellos mismo dijeron “no tenemos otro rey más que el César…”, Juan 19:15 (NTV). La ironía del asunto es que aquel a quién ellos reconocieron como su único rey pocos años después destruiría su templo y su ciudad. Que Dios nos libre de cometer semejante insensatez rechazando al único y verdadero rey.
La gran lección que debemos aprender es esta: ¡los que buscan a Dios lo encuentran!“… Si lo buscan, él dejará que ustedes lo hallen…”, 2º Crónicas 15:2 (NVI). Pero cuidado, ¿qué significa buscar a Dios? Porque también Herodes buscó al Mesías, pero murió sin conocerlo a pesar de que estaba a menos de nueve kilómetros de distancia. Dios dijo: “Si me buscan de todo corazón, podrán encontrarme”, Jeremías 29:13 (NTV). La intención de Herodes era encontrar a Jesús para matarlo. En cambio, la intención de los sabios era adorarlo y Dios se dejó encontrar por ellos. Dios satisface al hambriento con su mismísima presencia. Siempre ha sido así, la estrella guió a los sabios y el fuego de Su presencia a los israelitas, Éxodo 13:21. Los pastores también fueron guiados al niño Jesús: “Y lo reconocerán por la siguiente señal: encontrarán a un niño envuelto en tiras de tela, acostado en un pesebre”, Lucas 2:12 (NTV). Y, ¿qué sucedió con Simeón? “… El Espíritu lo guió al templo. De manera que, cuando María y José llegaron… Simeón estaba allí…”, Lucas 2:27-28 (NTV). Cuando Ana encontró a Jesús “comenzó a alabar a Dios. Habló del niño a todos…”, Lucas 2:38 (NTV). ¿Deseas encontrar y conocer a Jesús? Tendrás que pagar un precio. La manifiesta presencia de Dios no está en oferta. La bendición de conocer a Cristo no es a precio de ganga. Solo el que experimenta ‘dolores de parto’ mediante una búsqueda apasionada llega a conocer a Dios personalmente. Pero el aliciente es este: ¡el deseo por encontrarlo es la certeza de que Dios quiere ser hallado! Alimenta el hambre por conocer a Dios mediante las disciplinas espirituales y el encuentro estará próximo. La Biblia está repleta de ejemplos de personas que tuvieron hambre y experimentaron a Dios. Jacob dijo: “No te dejaré si no me bendices”, Génesis 32:26. Luchó con Dios y Dios lo bendijo. Moisés exclamó: “Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí”, Éxodo 33:15. Y Dios lo acompañó en el viaje. El apóstol Pablo dijo: “… Por amor a él, he desechado todo… Quiero conocer a Cristo…”, Filipenses 3:8-10 (NTV). El salmista dijo: “Como un ciervo busca agua fresca cuando tiene sed, así me desespero yo buscándote”, Salmo 42:1 (PDT). Cuando se trata de conocer a Cristo y experimentar su manifiesta presencia no escatimes esfuerzos. No te conformes con una relación superficial. Jesús no fue destrozado en la cruz para que llevemos vidas espiritualmente livianitas. Basta de una adoración desenfocada o vidas vividas a medias. Desaloja tu corazón de toda tibieza espiritual. Limpia tu vestuario espiritual de pasatiempos religiosos y afírmate en Cristo.
Finalmente los sabios conocieron a Jesús y “se llenaron de alegría… se arrodillaron para adorarlo… Abrieron sus cofres de tesoros y le dieron regalos de oro, incienso y mirra”, Mateo 2:11 (TLA, NTV). La fe de esta gente es admirable. Creyeron en Jesús sin jamás haberlo visto. Creyeron en él aun cuando los doctores de la ley permanecieron incrédulos. Incluso más, creyeron en él cuando vieron a un recién nacido en el regazo de María. No vieron milagros para ser convencidos. No oyeron ninguna enseñanza que los persuadiera. No vieron signos de divinidad ni de grandeza que les impusiera respeto. Solo vieron a un recién nacido al cuidado de una madre y sin embargo, creyeron en él como el divino Salvador del mundo. Esta es la clase de fe que Dios se complace en honrar. ¿Somos nosotros tan creyentes en Cristo como aquellos sabios? ¿Tenemos la misma expectación por un encuentro divino? ¿Adoramos a Dios tan sacrificialmente como ellos lo hicieron? La historia de los sabios nos enseña que la verdadera adoración no existe sin sacrificio. Los que adoran a Cristo, dan y dan en abundancia. Poner a los pies de Jesús nuestros más nobles dones es un ejemplo que debemos imitar. Cuando uno se da cuenta del gran amor de Dios en la persona de Jesucristo no resulta difícil perdernos en una profunda adoración.
¿Qué representa Jesús para nosotros? ¿Cómo reaccionamos ante la posibilidad de conocerlo? ¿Con indiferencia como los religiosos? ¿Con intención maliciosa de borrar su nombre como lo hizo Herodes o con una profunda expectación por experimentar su presencia? El mejor regalo que le podamos hacer a Dios es buscarlo de todo corazón, cada día, por el resto de la vida.Y recuerda, los que dejándolo todo se lanzan decididamente en su búsqueda, lo encontrarán, se llenarán de “inmensa alegría” (Mateo 2:10) y entrarán en la grandiosa experiencia de estar en la presencia del Gran Dios y Creador del universo. “Felices son los que… lo buscan con todo el corazón”, Salmo 119:2 (NTV).