Qué hacer cuando tu familia se opone a tu llamado 29/1/2023 #1233
Episode 254, Jan 29, 2023, 08:18 PM
Pastor José Luis Cinalli
29/1/2023
Qué hacer cuando tu familia se opone a tu llamado
29/1/2023
Qué hacer cuando tu familia se opone a tu llamado
“Adán pecó… Su pecado esparció la muerte en el mundo y todos comenzaron a… morir…”, Romanos 5:12 (NT-BAD).
Adán pecó y la muerte se extendió por todo el mundo. ¿Qué hizo de malo para que su pecado trajera tanta desgracia a la humanidad? ¿Cayó rendido en los brazos de una mujer extraña? No. ¿Se enredó en el ocultismo? Tampoco. ¿Fumó hierbas ilícitas? ¿Se emborrachó? ¿Robó? ¿Mintió? Nada de eso. Entonces, ¿cuál fue su pecado? Desobedecer a Dios. “El pecado consiste en desobedecer a Dios”, 1ª Juan 3:4 (TLA). Pecar es sustituir la voluntad de Dios por la nuestra. Dios dijo: “Si… una persona… sabe lo que yo quiero y… no lo hace… me ha ofendido y se le deberá eliminar de mi pueblo… cargará con su culpa por haber despreciado la palabra del Señor”, Números 15:27-31 (TLA, NVI). Ahora bien, el significado de la palabra ‘pecado’ es mal interpretado. Para nuestra mentalidad evangélica ‘pecado’ es sinónimo de fornicación, adulterio, robo, asesinato, brujería y juegos de azar. En cambio, para Dios también lo es el odio, la codicia, la envidia, los pleitos y la falta de perdón. Incluso más, ¡postergar o rechazar un llamado divino también es pecado!
Veamos este asunto más a fondo. Jesús, en cierta ocasión, mientras comía con algunas personas narró la siguiente parábola: “Un hombre preparó una gran fiesta y envió muchas invitaciones. Cuando el banquete estuvo listo, envió a su sirviente a decirles a los invitados: “Vengan, el banquete está preparado. Pero todos comenzaron a poner excusas”, Lucas 14:16-18 (NTV). El hombre que preparó la fiesta es el Padre, el siervo es Jesús y los invitados son los creyentes. El deseo del Padre era que todos sus invitados participaran de su fiesta; sin embargo, nadie asistió. El primero dijo: “Acabo de comprar un terreno y tengo que ir a verlo…”, Lucas 14:18 (NVI). ¿Qué hay de malo en comprar un terreno? Nada. Lo malo fue no obedecer al llamado de Dios. El hombre se quedó sin fiesta y sin cielo no por adúltero, asesino o narcotraficante sino por no someterse a la autoridad de Dios. Cuando el interés por los bienes terrenales llega a ser más importante que la obediencia a Dios, eso es pecado.
El otro invitado se excusó diciendo: “Compré… animales de trabajo y… debo ir a probarlos…”, Lucas 14:19 (PDT). Su disculpa tampoco convenció al Padre. Pero, ¿por qué? ¿Qué hizo de malo? ¿Pasó la noche de fiesta? ¿Se transformó en un sicario? ¿Derrochó el dinero de su familia en apuestas ilícitas? Nada de eso. Invirtió legítimamente en herramientas de trabajo. Y, ¿qué hay de malo en eso? Nada. Su pecado consistió en despreciar la invitación de Dios. Cuando el trabajo interfiere en nuestra vida espiritual y se vuelve más importante que la obediencia a la voluntad de Dios, eso es pecado.
Reparemos ahora en la disculpa del último invitado: “Me acabo de casar y no puedo ir”, Lucas 14:20 (PDT). ¿Es pecado casarse? Por supuesto que no. Pero sí lo es cuando el deseo de agradar al cónyuge es más importante que hacer la voluntad de Dios. Escoger los lazos familiares a expensas del llamado de Dios es pecado y acarrea graves consecuencias. ¿No estás de acuerdo? Entonces ve al Edén. Eva fue engañada (2ª Corintios 11:3) pero “Adán no fue engañado… no… se dejó seducir… por Satanás”, 1ª Timoteo 2:14 (BNP, BPD, NTV). Adán desobedeció porque su esposa había comido y quería que él hiciera lo mismo. Prefirió agradar a su esposa antes que a Dios. Y su decisión afectó a todos los hombres: “Por la desobediencia de Adán… todos fueron hechos pecadores”, Romanos 5:19 (NT “JO”, BDA 2010). En otras palabras, todos fueron hechos desobedientes a la autoridad de Dios. ¡Qué pecado tan grave es no someterse a la voluntad de Dios!
Obedecer es tan importante como creer. Sabemos que para ir al cielo tenemos que creer en Jesús: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda (no perezca CJ), más tenga vida eterna”, Juan 3:16. Pero cuidado porque la palabra ‘creer’ significa ‘obedecer’. Todo aquel que en él cree es todo aquel que le obedece: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que no obedece al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él”, Juan 3:36 (NBLH). Muchos asumen que la simple ‘oración del pecador’ es suficiente para entrar en el paraíso. Sin embargo, si la fe por sí sola salvara no habría necesidad de obedecer, pero “Jesús… es fuente de salvación eterna para todos los que le obedecen”, Hebreos 5:9 (BLA). Jesús dijo: “… Solo entrarán (al cielo) aquellos que… hacen la voluntad de mi Padre…”, Mateo 7:21 (NTV). En definitiva: ¡la clave de la felicidad eterna está en el oído obediente! “… Lo mejor que un ser humano puede hacer es tener temor de Dios y obedecer sus mandatos”, Eclesiastés 12:13 (PDT).
Reflexionemos ahora en el destino de aquellos que rechazaron la invitación del Padre: “No quiero que ninguno de los que convidé… guste la cena que les preparé”, Lucas 14:24 (NT-BAD). Se quedaron sin fiesta, sin cielo y sin Dios, no por inmorales o estafadores sino porque rechazaron el llamado del Señor. Sus justificadas excusas no sirvieron para evitar el infierno. ¡Cuando Dios nos llame a servirlo lo más sabio es aceptar sin excusa y sin demora su invitación! Ahora bien, la reacción del hombre de la parábola podría parecernos un tanto severa. Los que rechazaron la invitación no eran ‘malas personas’. No estaban enredadas en la trata de personas ni en la mafia. Eran ‘personas de bien’, trabajadores fieles dedicados a sus familias. Sin embargo, se quedaron sin cielo. Pero, ¿por qué la sorpresa? ¿No fue la desobediencia de Adán la que atrajo maldición a toda la humanidad? Obedecer a Dios, pero solo cuando nos conviene o no interfiere con nuestras agendas, sueños o proyectos personales es una deshonra manifiesta al Padre.
El asunto del llamado de Dios es más importante de lo que imaginamos. Jesús contó otra parábola para reforzar este mismo principio espiritual: “Un hombre tenía dos hijos, y acercándose al primero, le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en mi viña”. Respondiendo él, dijo: “No quiero”; pero después, arrepentido, fue. Y acercándose al otro, le dijo de la misma manera; y respondiendo él, dijo: “Sí, señor, voy”. Y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre? Dijeron ellos: “el primero’”, Mateo 21:28-31. Un padre tenía dos hijos. Uno era obediente, pero tenía una mala actitud. El otro, en cambio, parecía respetuoso de la autoridad de su padre aunque no lo obedecía. Un creyente puede parecer muy considerado de las cosas sagradas o puede prometerle a Dios muchas cosas bonitas, pero si no lo obedece no le servirá de nada. ¡La obediencia vale más que las promesas!
Una reflexión final. Fuimos llamados a trabajar para Dios HOY. “Hijo, ve hoy a trabajar en mi viña”, Mateo 21:28. Dios nos espera hoy en su viña. Jesús dijo: “Mi Padre… hoy está trabajando…” (Juan 5:17, NVI) y espera que sus hijos también sirvan hoy. Muchos creyentes no se atreverían a decirle a Dios: “no quiero ir a trabajar”. Son rápidos para decir “voy”, pero se demoran en hacerlo. Dilatan el cumplimiento de la misión. Aplazan el cumplimiento del deber. El trabajo se acumula y nuestro tiempo para realizarlo disminuye. Estamos atrasados en nuestras obligaciones hacia Dios. La voz de Dios dice: “ve hoy a trabajar” y la voz del Espíritu agrega: “Si… oyen hoy su voz, no endurezcan el corazón…”, Hebreos 3:7-8 (NVI). Piensa tan solo en las posibles consecuencias de aplazar el servicio para mañana. Cuántas personas hoy mismo despertarán en el infierno sin haber tenido la posibilidad de elegir su destino final porque nadie les predicó. Como posiblemente le sucediera al joven que perdió su vida en un accidente automovilístico. En nuestro viaje al ‘fin del mundo’ vivimos una experiencia escalofriante. Mientras transitábamos tierras chilenas en la isla de Tierra del Fuego fuimos testigos de un accidente fatal en la que Silvia tuvo que certificar la muerte de un muchacho que acababa de incrustarse contra un cartel a la vera de la ruta. Todos vimos la tétrica escena. A la mañana siguiente uno de nuestras caminantes leyó el portal de noticias y descubrió que el muchacho en cuestión era un joven con rastas que había estado con todo el grupo; mientras hacían fila en la aduana. Qué profunda conmoción. Qué shock. Evangelistas adelante, evangelistas detrás pero ningún evangelista le habló de Cristo. Intercambiaron ideas, hablaron del tiempo e hicieron bromas, pero nadie mencionó a Cristo y cómo alcanzar la vida eterna. La vida es incierta y las oportunidades para que una persona conozca a Cristo son limitadas. Si la persona muere sin haberse arrepentido y confesado a Cristo como Señor y Salvador de su vida se va al infierno. Es perentorio que respondamos inmediatamente y con un rotundo sí al llamado del Padre: “Hijo, ve hoy a trabajar a mi viña”.