Diez beneficios de la muerte de Jesús 4/4/2021 #1138
Episode 141, Apr 05, 2021, 12:19 PM
Pastor José Luis Cinalli
4/4/2021
Diez beneficios de la muerte de Jesús
“… Si Cristo murió por nosotros, ya no debemos vivir más para nosotros mismos sino para Cristo…”, 2ª Corintios 5:15 (TLA).
Solemos decir que semana santa es la ocasión propicia para recordar todo lo que Jesús hizo por nosotros. Pero, ¿qué es lo que hizo? ¿Qué beneficios obtuvimos de su muerte y resurrección? Veamos solo diez:
1) Libres del poder de Satanás. “Porque Él nos rescató de las tinieblas satánicas y nos trasladó al reino de su Hijo amado, quien compró nuestra libertad con su sangre preciosa…”, Colosenses 1:13-14 (NT-BAD). Antes de conocer a Cristo éramos esclavos del diablo. Pero al morir Jesús compró nuestra libertad: “… Solo mediante la muerte podía quebrantar el poder del diablo…”, Hebreos 2:14 (NTV). Satanás ya no tiene autoridad alguna sobre nosotros, a menos que se la demos mediante el pecado. ¿No crees que deberíamos valorar y agradecer a Dios semejante acto de amor? Si Jesús murió por nosotros, es lógico que ahora nosotros vivamos para Él, ¿no lo crees?
2) Libres del poder del pecado. “Antes eran esclavos del pecado, pero… obedecieron… la enseñanza que se les dio. Ustedes fueron liberados del pecado…”, Romanos 6:17-18 (PDT); 1ª Corintios 1:30, Romanos 6:6. El pecado nos alejó de Dios y nos condenó al infierno, Romanos 6:23. Sin embargo Cristo tomó nuestro lugar en la cruz, pagó la deuda que teníamos con Dios (1ª Juan 2:2) y “nos liberó del castigo de nuestros pecados”, Romanos 3:24 (NTV). Pero mucho cuidado. Somos libres del poder del pecado si obedecemos a Dios: “Al obedecer… ustedes quedaron libres de sus pecados”, 1ª Pedro 1:22 (NTV). Pablo lo aclara muy bien: “obedecieron” entonces “fueron liberados del pecado”, Romanos 6:17-18. Si la fe solo salvara, no habría necesidad de obedecer el evangelio. Pero “Jesús… es fuente de salvación eterna para todos los que le obedecen”, Hebreos 5:9 (BLA). Jesús dijo “… Solo entrarán (al cielo) aquellos que verdaderamente hacen la voluntad de mi Padre…”, Mateo 7:21 (NTV). “Dios no considera justos a los que oyen la ley sino a los que la cumplen”, Romanos 2:13 (NVI). La obediencia es esencial. ¡El hombre tiene que obedecer para ser salvo! “… Dios aprueba a un hombre no solamente por la fe que tenga, sino también por lo que haga”, Santiago 2:24 (PDT). No basta solo con creer que Dios existe y que Jesús murió en la cruz, ¡debemos obedecerlo! Resumamos diciendo entonces que fuimos liberados del servicio al pecado. ¿No crees que es justo que como agradecimiento sirvamos a Cristo quien nos paga con la vida eterna?
3) Libres de la condenación eterna. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda (no perezca CJ), más tenga vida eterna”, Juan 3:16. Jesús murió para librarnos del infierno. Si creemos en Jesús nos vamos al cielo. Pero cuidado porque la palabra creer significa obedecer. Todo aquel que en él cree es todo aquel que le obedece: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que no obedece al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él”, Juan 3:36 (NBLH). La humanidad está dividida en dos grupos: los obedientes (salvos) y los desobedientes (condenados). Lo opuesto de creer no es dudar sino desobedecer. Cuando el pueblo se rebeló Dios dijo: “… Hasta cuándo se negarán a creer en mí…”, Números 14:11 (BAD). Ante los ojos del Señor desobedecer equivale a no creer: “… Ustedes se rebelaron… contra… el Señor… No creyeron en él y no lo obedecieron”, Deuteronomio 9:23 (PDT). Cuando Moisés desobedeció al golpear la roca en lugar de hablarle (Número 27:14) Dios lo consideró incredulidad: “… Puesto que ustedes no creyeron en mí…”, Números 20:12 (RVC). Muchas personas creen que tienen el cielo asegurado por haber creído en Jesús. Sin embargo, Jesús afirmó que solo: “… el que obedezca mi enseñanza jamás morirá”, Juan 8:51 (NTV). Confesar a Cristo como nuestro salvador no nos salvará si decidimos seguir pecando voluntariosamente: “Si decidimos seguir pecando después de conocer la verdad… solo nos queda esperar el juicio terrible…”, Hebreos 10:26-27 (PDT).
4) La amistad con Dios fue reestablecida. “… Nuestra amistad con Dios quedó restablecida por la muerte de su Hijo… Jesucristo nos hizo amigos de Dios”, Romanos 5:10-11 (NTV); Efesios 2:13. Somos reconciliados con Dios, no Dios con nosotros. Quienes rompimos la relación fuimos nosotros cuando pecamos. Nadie podía acercarse a Él excepto el sumo sacerdote que entraba al lugar santísimo, pero solo una vez al año y por un período breve de tiempo. La comunión con Dios no era permanente. La gran noticia es que eso cambió. Cuando Jesús murió, el velo del templo se rasgó (Mateo 27:51) indicando que el lugar santísimo quedaba abierto: “… La sangre que Jesús derramó al morir nos permite… tener amistad con Dios, y entrar con toda libertad al lugar más santo. Pues cuando Jesús murió, abrió la cortina que nos impedía el paso… y por medio de él podemos acercarnos a Dios…”, Hebreos 10:19-20 (TLA); Efesios 3:12.
5) Somos bendecidos con su presencia. Dios ha cambiado de domicilio varias veces. En primer lugar llamó a Israel desde el cielo (Éxodo 20:22); luego les habló desde el monte (Éxodo 19) y finalmente desde el tabernáculo, Éxodo 25:8. Pero ahora “Dios está en nosotros”, 2ª Corintios 6:16 (TLA). “… El cuerpo del cristiano es templo del Espíritu Santo… y… el Espíritu Santo lo habita…”, 1ª Corintios 6:19 (NT-BAD); 2ª Corintios 6:16 (NTV). Gracias a Jesús Dios ahora vive en nosotros. Somos la casa de Dios. ¿No crees que en agradecimiento deberíamos santificar nuestro cuerpo al servicio de Dios?
6) Somos bendecidos con su protección. “Sabemos que el que ha nacido de Dios no está en pecado: Jesucristo… lo protege, y el maligno no llega a tocarlo”, 1ª Juan 5:18 (NVI). Recuerda que: ¡al que “no está en pecado” Jesucristo lo protege!
7) Somos bendecidos por ser hijos de Dios. “… Dios decidió adoptarnos como hijos suyos… enviando a Cristo para que muriera por nosotros…”, Efesios 1:5 (PDT y NT-BAD); Gálatas 4:4-5.
8) Somos bendecidos con una herencia celestial y eterna. “Y como somos sus hijos, compartimos sus riquezas, pues todo lo que Dios le da a Jesucristo es ahora también nuestro”, Romanos 8:17 (NT-BAD); Gálatas 4:7; 1ª Pedro 1:4.
9) Somos bendecidos con un intercesor personal. “… Cristo… murió por nosotros y… ahora… está sentado a la derecha de Dios… rogando por nosotros”, Romanos 8:34 (PDT); Hebreos 9:24.
10) Somos bendecidos con el perdón de los pecados. “Si confesamos a Dios nuestros pecados, podemos estar seguros de que ha de perdonarnos… pues para eso murió Cristo”, 1ª Juan 1:9 (NT-BAD).
¿Qué beneficio obtuvo Dios con la muerte de su hijo? Ninguno. Y, ¿qué beneficio obtuvo Jesús con su propia muerte? Ninguno. Los beneficios son nuestros. ¿No sería lógico entonces que por agradecimiento viviéramos para servirlo? Pero cuánto cuesta hacerlo. Nos resulta más fácil vivir y servir al pecado que a Dios. Es increíble. Volvemos a servir a aquel que nos condenó al infierno. ¿Qué mal nos ha hecho Dios para que decidiéramos abandonarlo por nuestro viejo amo? Seamos razonables: ¡si Jesús murió por nosotros, nosotros deberíamos vivir para Él! Quizás un pequeño viaje a la cruz nos haga reflexionar. No existe otro lugar donde podamos verificar el gran amor de Dios. Es cierto que la creación nos habla del amor de Dios. Es cierto que las estrellas, si pudiéramos leerlas bien, dicen amor. Es cierto que si pudiéramos interpretar el lenguaje de la lluvia oiríamos murmurar amor. Pero si queremos conocer la altura, la profundidad, la longitud y la anchura del amor de Dios deberíamos acudir con toda prisa a la cruz del Calvario.
Un monje de la Edad Media anunció que un determinado día predicaría un sermón sobre el amor de Dios. Cuando llegó el día la catedral estaba repleta y la gente deseosa de escuchar. Después que el sol se puso y desaparecieran los últimos rayos de luz, el monje encendió una vela y se acercó hasta la cruz. Sin decir una sola palabra acercó la vela que para todos vieran las manos clavadas de Jesús en la cruz. Después mostró las heridas en el costado, las espinas en la cabeza y su rostro ensangrentado. Todos vieron sus ojos hinchados y sus labios partidos. Luego bajó, dejó la vela y abandonó la catedral. Ni una sola palabra fue dicha pero el pueblo nunca olvidó el sermón del monje sobre el amor de Dios.